SANTO DOMINGO.- Tras fallecer en la madrugada del martes, el inolvidable fotorreportero Daniel Duvergé fue sepultado la tarde de este jueves, en medio de llantos, recuerdos y dramáticas emociones que brotaron durante la marcha fúnebre y en el cementerio Cristo Salvador, en Santo Domingo Este.
Parientes, amigos, compañeros y otros relacionados formaron una nutrida procesión que partió desde la Funeraria Blandino, en la avenida Abraham Lincoln, hasta el camposanto donde fue enterrado bajo lágrimas incontenibles y derramadas por los asistentes.
Allí fue definido como un gran ser humano y compañero entrañable, dueño de un carisma singular y de un chispeante sentido del humor. Es sencillamente inolvidable, y será recordado por todos los que lo trataron.

En el sepelio participaron sus compañeros de El Nuevo Diario y colegas de otros medios; algunos se fueron en lágrimas, entristecidos por el punzante dolor. Muchos no pudieron hablar: tan mudos e impactados estaban.
El llanto y la tristeza alcanzaron su punto máximo cuando entraron el ataúd en su última morada. En ese instante se disparó el dolor que estremecía a los presentes, a las hijas se les partió el alma y lloraron a lágrima viva, consumidas por la realidad terrible que presenciaban bajo sus ojos. ¡Hubieran querido estar en el lugar de su adorado padre!.
Las escenas de dolor estaban por doquier, repetidas con total nitidez: ojos tristones y humedecidos, bocas enmudecidas, caras pálidas y sollozantes. Todo era lloro y pesar.

El panegírico fue una secuencia de voces que lo pronunciaron, exaltando las grandes virtudes de Daniel.
“Su muerte es un acontecimiento que nos ha dejado impactados”, expresó el acongojado César de la Cruz, presidente electo de la Asociación de Fotoperiodistas del país.
Con voz temblorosa, De la Cruz recordó que Daniel había sido elegido como miembro del Tribunal de Disciplina del gremio, y este sábado asumiría el cargo. No será: se lo llevó el inexorable soplo del destino.
“Fue un hombre entregado a su trabajo, responsable, que va a servir de ejemplo para futuras generaciones. Siempre estuvo dispuesto para dar todo por El Nuevo Diario. Hemos perdido un gran soldado, no solo sus hijas, sino el mundo del periodismo ha perdido a un gran profesional”. Esto lo dijo el gerente de Proyectos de El Nuevo Diario TV, Jaime Rincón.

Luis de León, eminente educador y político, apreció sus cualidades y lo despidió con “Aire durando” de Manuel del Cabral: “Hay muertos que van subiendo, cuanto más su ataúd baja”.
Orgullosa de su padre, la destrozada Noelia Duvergé lo evocó con amor y dolor, clamó a Dios, agradeció la solidaridad de los presentes, se expresó con pasión, sintiendo cada palabra ante el féretro.
Ella quería ser como su padre y llegó incluso a estudiar periodismo, para compartir oficio con él.
El gran ser humano
La muerte de Daniel fue un golpe terrible y sorprendente. De repente enfermó, lo ingresaron en un centro médico, lo atendieron y se alivió. Sin embargo, expiró.
Estaba martillado por más de una enfermedad: un accidente cerebrovascular (ACV), meningitis, obstrucción arterial, respiración forzosa. Operaron sus piernas y lo dializaron. Sin embargo, murió.
Duvergé dejó tres hijas y una nieta que eran su adoración. En todo fue ejemplar: como trabajador incansable, como atleta apasionado, como padre cariñoso y abuelo estupendo. Fue un ser humano irrepetible, y su partida deja un dolor inenarrable.
Nació el 16 de agosto de 1956, en San Pedro de Macorís. Hizo labores de ingeniería. Fue deportista, fotorreportero, ciudadano admirable, persona irrepetible.
A sus 66 años, eran muchos los proyectos que tenía: seguir en maratones, corriendo sus largos kilómetros; ver crecer a la tierna Grace, su única nieta; vivir para su familia y servirles a otros.
Fue un medallista del deporte y de la vida. Su recuerdo nunca morirá. ¡Adiós, inmenso Daniel! Descanso eterno.-